miércoles, 24 de junio de 2009

La pantalla actúa como un filtro entre nosotros y la realidad que, en demasiadas ocasiones, nos impide percibir lo que nos rodea. Acostumbrados a ver el mundo a través de pantallas electrónicas, cada vez nos cuesta más ver a nuestro lado, mirar a nuestros semejantes.
En las relaciones en Internet se produce una sensación de extrañamiento con el propio cuerpo de la que cuesta desprenderse. Alimentada por un imaginario propio, en la Red la propia intimidad conforma parte de un espectáculo del que no siempre es fácil desvincularse. Así, separados físicamente de la pantalla es posible continuar atrapado por los personajes de la ficción verdadera (o presuntamente verdadera) que se construye en la red con palabras y deseo. Verdaderos mitos contemporáneos de uso individual.
En las relaciones en Internet existe temor a la pantalla vacía. Las pausas, las respuestas no inmediatas son percibidas como algo negativo, como si toda ausencia provisoria en la pantalla anunciara un alejamiento definitivo. Sin lugar para el silencio, en la Red la comunicación con el otro pareciera ser proporcional al número de bits (unidad de medida del volumen de información almacenada por una computadora) intercambiados, indiferentemente al contenido de los mensajes. Perversa traslación de la teoría matemática de la información a la práctica de la seducción amorosa.
El chat, el email, las mensajerías electrónicas, los foros de discusión, no pueden reemplazar una relación cara a cara, pero pueden ser el medio para empezarla. La Red es pródiga en historias de encuentros. Muchas otras veces se producen desencuentros. Como fue siempre, como será siempre, en Internet o fuera de Internet.
En poco tiempo, una pareja que se haya conocido por chat dejará de ser motivo de comentarios o cuanto menos de sorpresa, del mismo modo que hoy a nadie le resulta extraño conocerse en una discoteca, en la universidad o en otros lugares.
Sin afectividad, sin considerar su existencia, su importancia primordial, no hay teoría sobre la comunicación humana que pueda sostenerse ante el más mínimo análisis. Tampoco cuando se trata de explicar la comunicación mediatizada por ordenadores. Al fin y al cabo, del otro lado de la Red, de un modo u otro, siempre hay un ser humano, incluso si nuestro interlocutor es un programa de inteligencia artificial.

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