miércoles, 24 de junio de 2009

Las ciudades son percibidas como territorios inseguros, los espacios públicos de encuentro se reducen y las posibilidades de conocer a personas ajenas al círculo de allegados son pocas. La soledad es acompañante habitual de muchos urbanitas que recorren la ciudad sin cruzarse nunca con miradas ni voces amigas. En algunos casos el ambiente de violencia, factor de aislamiento y de disgregación social que no podemos dejar de considerar, acentúa las dificultades, pero no es el único motivo, ni siquiera el principal. Muchos vivimos atrapados por nuestros miedos e inseguridades que hacen que sintamos que la presencia del Otro interpela permanentemente nuestro ser. Y no nos gusta. No es de extrañar entonces que en los chats sea muy frecuente encontrar personas buscando interlocutores que les permitan librarse del monólogo interior (o incluso el silencio) en el que transcurre una parte importante de sus vidas. En la Red siempre habrá alguien con quien relacionarse. No importa el momento, no importa el lugar. Buscar, encontrar a otro del que sólo tenemos indicios de su ser a través de sus palabras, de la belleza o rudeza de su escritura. Voces sin sonido, conversaciones sin sonrisas ni gestos que aligeran momentáneamente la angustia provocada por el aislamiento, el dolor por la ausencia de un amor anhelado aún por conocer. Enamorarse de las palabras del otro, construir con ellas una imagen imprecisa a la que evocar en los momentos de ensueño. Idealizar esa imagen, incorporarla a la propia realidad hasta que hacerla alcanzar una presencia casi física, capaz de suplantar el verdadero aspecto, la verdadera personalidad del ser amado. Sobre el poder de seducción de la palabra escrita pueden testimoniar generaciones enteras de mujeres y hombres enamorados, ricos y pobres, cultos o iletrados. Al calor de poemas y cartas de amor han crecido pasiones memorables y amores anónimos. Verbos floridos palpitando en el pecho de los amantes, siempre aguardando una nueva carta, un nuevo verso. La ansiedad de la espera, el palpitar del corazón agitado al abrir el sobre, el rugor del papel perfumado, la emoción y la intensidad de cada palabra reflejada en el trazo de la escritura, de todo esto y de algunas otras cosas estaban hechos los romances epistolares anteriores a la popularización de Internet.
Si bien los textos escritos en una pantalla electrónica carecen de las marcas personales de una carta manuscrita y difícilmente revisar el buzón electrónico consiga provocar una sensación equiparable a la que produce rasgar un sobre de papel al abrir la carta de un ser amado, el correo electrónico y el chat revitalizaron y resignificaron las relaciones amorosas a distancia.

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